EL DUENDE PESCADOR
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Don Catalino, era un viejo hombre de mar que tenía un pequeño botecito como herramienta de trabajo, que la llamaba “Perico”, por los colores con los que estaba pintado de rojo y verde, en el que realizaba su faena diaria desde las primeras horas de la madrugada en la mar de Parachique.
Son las tres de la madrugada, cantaba el gallo, por primera vez y Betty, esposa de Catalino despertaba e iba a la cocina a preparar el café para su esposo.
-Despierta viejo- dijo Betty a don Catalino, el mismo que haciendo las frazadas a un lado, se levantó muy animado, estirando los brazos y arreglándose el pelo lacio, largo y negro a pesar de la edad, no tenía canas.
-Buenos días mujer-saluda Catalino a su esposa, la misma que responde con una sonrisa, agregando- ¿Dormiste bien? -Claro!, responde Catalino.
- ¿Ya está tu café, no vas a ir a la pesca? – pregunta con delicadeza la mujer, adorada por su esposo. Catalino se levantó fue al baño para cepillarse los dientes, lavarse la cara y prepararse para iniciar un nuevo día.
Era una pareja ejemplar. El uno para el otro, mientras tanto sus hijos duermen plácidamente. Catalino se sienta en la mesa del comedor con su Betty a quien le dice que irá a una zona de peña para traer pescado de peña.
Diciendo esto sale Catalino, le da un beso en la mejía a su adorada esposa, toma sus aperos de pesca y se dirige al pequeño bote. Ya son las cuatro de la madrugada y es buena hora para llegar a la zona de pesca.
La madrugada esta alumbrada por la luna llena y es un día maravilloso dice Catalino.
Su esposa lo acompaña hasta que se echa el bote a las aguas del mar de Parachique y sale rumbo a la pesca, para poder sostener a su familia.
Los dos remos que tiene Perico, tomado por las manos de Catalino conducen lentamente hasta el destino de pesca. Solo se escucha el sonido de las pequeñas olas que genera el mar en la superficie y el sonido de los remos de la nave.
Después de casi media horas de remar mar adentro, llegó Catalino a una pequeña isla de peñas, que le denominaban precisamente “La Peña”, en donde decide bajar con un lanzón que utiliza para atrapar a las cabrillas, cabrillones o pejes de peña. Esta vez no utilizaría su red, sino la otra herramienta que le permite atrapar los peces que se encuentran entre las peñas de la isla.
Catalino, pensó encontrar a otros de sus colegas en el lugar, porque esa es la mejor hora para atrapar el famoso pescado de peña. Sin embargo, no encontró a nadie más, estaba sólo. Un aire frío sintió en el ambiente y sin prestar mayor importancia continuó. Estaba con suerte, rápidamente empezó uno a uno a llenar sus cubetas que eran cuatro la máxima capacidad de Perico, que lo había dejado entre dos peñascos para evitar se fuera con el movimiento de las aguas del mar.
Catalino iba y venia atrapando peces entre las peñas y llenando las cubetas. Cuando de repente, las nubes de la madrugada cubrieron la luz de la luna y oscurecieron la mayor parte de la pequeña isla. Aun así, Catalino continuó con su faena y de repente al regresar a dejar uno de los últimos peces, las cuatro cubetas estaban casi llenas, divisó un pequeño bulto negro parecido a una persona sentada encima de Perico.
¡Cómo! Si aquí no hay nadie, quien de pronto se sentó en mi bote, decía entre sí Catalino. Se armó de valor y se fue acercando, la oscuridad del momento no le permitía distinguir bien el bulto negro, pero conforme se fue acercando se trataba de un niño pero que estaba de espaldas sentado en Perico con los pies en el agua entre los peñascos en donde había anclado al pequeño bote.
Catalino trataba de darse valor, y de pronto le vino a la mente que tiempo atrás le habían contado que en esta isla salía un duende, por eso pocos se atrevían a pescar solos en este lugar, porque se aparecía el duende pescador, como le habían denominado.
Catalino. ¡Carajo, me atrapó el duende pescador!, diciendo esto el viejo hombre de mar se desmayó y cayó sobre las peñas de la isla, quedando inconsciente tendido casi al medio de la pequeña isla.
Rápidamente llegó la luz del día y Catalino se repuso del desvanecimiento que tuvo, se levantó ya era a las seis de la mañana, fue a su bote y se dio con la sorpresa que sus cubetas estaban llenas completamente, más de lo que los había dejando y entonces pensó que el duende le ayudó a llenar sus cubetas de pescado y del bueno.
Catalino totalmente repuesto del susto, sacó a Perico de entre las peñas, lo puso en la partida para regresar alegre y contento con sus cubetas totalmente llenas de buen pescado de peña tomó los remos y se echó de regreso.
Ya en la playa de Parachique, lo esperaba su esposa Betty y sus tres hijos, dos varones y una mujer. Todos se alegraron al ver a Catalino regresar, más aún cuando se le notaba feliz con sus cubetas repletas de pescado.
¿Te fue bien Cati?, le dice su esposa. -Si mujer- le responde contento Catalino a tiempo que empuja a Perico para ponerlo en su aparcamiento en la playa.
Ya en casa. Betty le prepara un rico desayuno con pescado fresco y sentados todo, el pescador le cuenta su esposa y a sus hijos lo ocurrido en la isla. ¡Dios! Se sorprendieron sus familiares.
Vaya que ahora si puedo decir, que en la isla La Peña, hay un duende pescador, dijo soltando una carcajada. Finalmente, él me llenó mis cubetas, dijo feliz Catalino, ante el asombro de su esposa y sus hijos.